MI COLUMNA PERSONAL
¡Hola, mis lectores! Sé que esta última semana no he podido escribirles ni la reseña, ni mi opinión, del último top de nuestro gran escritor Julio Ramón Ribeyro y de veras lo siento mucho. Como saben lectores, estudio en la universidad, y los trabajos finales se me vinieron con todo, tanto así que ya me quedé sin vida social (risas). Sin embargo, yo les prometí que les mostraría la columna personal que realicé en un curso de la universidad y lo prometido es deuda. Espero que les agrade y sobre todo espero que compartamos la misma opinión, ya que se trata de un mal que lástima a muchos niños en el mundo. Sin más, ahí les va:
¡Yo también quiero jugar!
Recuerdo aquella vez, cuando
esperaba el microbús en el centro de Lima, y logré escuchar a una mujer decir: ¡Pobre que no
vendas bastante! Inmediatamente volteé y vi a un pequeño niño de aproximadamente
6 años, llevando en sus pequeñas manos una cajita de frunas. El pequeño estaba
aterrado, así que subió rápidamente al micro. Me quedé anonadada con tal escena,
sin embargo, eso no era todo. Quise presenciar que hacía la apoderada del niño
mientras este “trabajaba”; para mí lamentable sorpresa otro niño de casi la
misma edad del anterior, se acercaba a la mujer. Al cabo de algunos segundos,
esta le gritó diciendo: ¡Ahora verás que comes! No quise ver más, así que me
dispuse a salir cuanto antes de ese lugar.
No es la primera vez que me
toca presenciar este tipo de casos, Lima está llena de explotación infantil,
incluso hasta de “padres” que dicen serlo pero que no lo son en realidad. Hace
algunas semanas, conversando con una amiga acerca de lo terrible del trabajo infantil
en nuestro país, me mencionó que ella también fue testigo de lo cruel que
pueden llegar a ser los padres con sus propios hijos; ya que por el paradero
donde ella vive siempre sube un “padre de familia” con su pequeño hijo,
contando la historia que tiene cáncer, y que no tiene cómo alimentar a sus
pequeños. Sin embargo, me aseguró que muchos del barrio saben que el papá de
ese niño solo utiliza el dinero para emborracharse, y que no sufre de ninguna
enfermedad.
En realidad, los casos de trabajo
infantil en el Perú son infinitos, y hasta ahora no se ha hecho nada por buscar
una solución. Según el Ministerio de Trabajo y Promoción de Empleo, uno de cada
4 niños trabaja, es decir, cerca de 1.659 mil millones en total. Cifras que
estremecen a cualquier persona que sabe las limitaciones de un pequeño niño, y
que conoce lo duro que es trabajar. Si para un adulto es agotador, cuánto más
lo será para un menor que recién se está desarrollando. A esto, se puede añadir
la falta de paternidad que poseen los “padres”, dejando que sus menores hijos
trabajen en diferentes horarios, sin importarles el peligro que corren a altas
horas de la noche.
Sin embargo, el problema del
trabajo infantil no solo abarca a padres irresponsables o a personas perversas
que se aprovechan de niños que no tienen un hogar o que fueron abandonados.
Hace unos días, vi un reportaje en el programa Punto Final sobre esta terrible
situación, en la que narraban la historia de un niño llamado Josué Arévalo
Valencia, de 13 años, que llegó a las afueras de las instalaciones de Latina
con el propósito de pedir trabajo, ya que su madre se encontraba enferma. Ante
tal situación, los reporteros viajaron a la dirección que dejó el pequeño, en
Zapallal, y efectivamente se trataba de un diminuto niño de 36 kilos que
necesitaba ayuda. Sin padre, con dos pequeños hermanitos y con una madre
enferma, Josué es obligado a trabajar para traer alimento a su hogar.
Como el caso de Josué,
existen otros miles de niños en diferentes partes de nuestro país, los cuales
no eligen trabajar pero la situación y la vida los obliga a dejar de jugar para
cumplir responsabilidades que en realidad no les tocan. Es verdad que existe
una ley que trata de erradicar el trabajo infantil, sin embargo, la realidad
nos narra otra cruda situación. Todavía hay niños que en vez de estar
estudiando, jugando, soñando y desarrollándose, están trabajando. Es tiempo de
que no solo tengamos la ley de protección al menor, sino de que se accione. No
debemos crear a futuros jóvenes sin metas, con rencores hacia la vida. Los niños
también tienen sueños, y también son el futuro de nuestro país.
Comentarios
Publicar un comentario